Saludos de Pascua del Casante a la familia
Calabriana
Verona, 13 de abril 2017
“Antes de la
fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los
amó hasta el fin.” (Jn. 13,1)
Queridos hermanos y hermanas de la
Familia Calabriana:
La gracia, la paz y el amor de Jesús
resucitado permanezcan siempre en nuestro corazón, para que podamos vivir la radicalidad
del amor y de las relaciones que nacen de la Pascua de Cristo.
Con ocasión de la preparación de la
celebración litúrgica de la Santa Pascua, envío a todos ustedes mi fraterno
saludo y les expreso mi cercanía, queriendo llegar con esta carta que nace de
lo profundo de mi corazón, en la contemplación de la Palabra que nos introduce
a vivir estos días santos.
La palabra y los gestos de Jesús
contados en la última cena, nos muestran un modo nuevo, extraordinario y
distinto de vivir una relación con Dios y con los demás.
El
evangelio de Juan, el evangelista del amor, mostró con una gran intuición lo
que Jesús pronunció en ocasión de la resurrección de Lázaro, una formulación y
manifestación de fe que vivió la primera comunidad cristiana: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Notamos en esta expresión que primero viene la resurrección, luego la vida.
Jesús nos quiere decir: Yo soy la resurrección de la vida apagada, soy el
despertar de lo humano, el realzar de la vida que cedió y se rindió, soy el
renacer de la relación que se ha bloqueado.
Vivir es
la infinita paciencia de resucitar, de salir fuera de nuestras oscuras grutas,
de soltar las ataduras que frenan nuestra relación fraterna y auténtica, de eliminar
los vendajes de los ojos y de las viejas heridas, y comenzar de nuevo para
caminar en una vida nueva de amor y de servicio, sobre todo hacia los más
pobres y sufrientes.
Jesús,
amante de la vida nueva, haciéndonos salir de nuestra indiferencia, nos invita
a detenernos y sentarnos con El entorno a la mesa de la última cena, y abrir
nuestro corazón y nuestros ojos a una imagen de Dios que nos impacta. Dios y El
que lavan los pies.
Jesús
nos revela un Dios que se inclina, que sirve, que crea una dimensión nueva de
relación con nosotros y con toda la humanidad, basada sobre la humildad y el
amor. Con Jesús terminó el tiempo de “lavar los pies a Dios” (o sea de un culto
que no tiene alma, de una serie de ritos y de manifestaciones puramente
exteriores). ¡Dios es el que nos lava los pies a nosotros!
El
lavado de los pies es un gesto simbólico, todo se hará realidad y se consumará
sobre la cruz por la humanidad entera. Las nuevas relaciones nacen por medio
del amor. Dios está presente en todas las expresiones de amor, porque el que
ama descubre en el amor la presencia de Dios, mejor dicho, en el amor viene
revelado Dios, su verdadero rostro. El amor crea la fraternidad verdadera y que
permanece, que se convierte en testimonio y profecía.
Jesús
nos enseña que: “No es la vida la que
vence a la muerte, sino el amor”. Es así porque el amor es más fuerte que
la muerte. El Maestro nos visita en esta Pascua, nos llama por el nombre, se
nos dona en su amor, que toca nuestro corazón y devuelve la vida. Es por amor a
la vida que Él nos liberó de la mano de la muerte, es por amor, siempre y solo
por amor, que la vida puede renacer de todas las situaciones de muerte. Jesús
nos muestra que el amor es más fuerte que la muerte y es por esto que Él es la
resurrección y la vida, por esto dona su vida en el amor total, por esto Él lava
los pies.
Hoy
Jesús quiere lavar mis pies para que yo pueda hacer lo mismo, para que también
nosotros podamos lavarnos los pies unos a los otros, en una relación recíproca
y nueva, fraterna y profética.
El amor
por los “suyos”, aquellos que forman la nueva comunidad, era evidente mientras
estaban con él, pero resplandecerá de modo eminente con su muerte. Tal amor
viene expresado de parte de Jesús en el gesto del lavado de los pies que, en su
expresión simbólica, muestra el amor continuo que se expresa en el servicio: “despojándose
de sus vestiduras” comienza a servir a la humanidad derramando el agua del amor
y de la misericordia, motivando a nuestra vida e invitando a cada discípulo a
vivir un proceso de transformación y de configuración a este estilo de vida.
Los
gestos y las actitudes de Jesús al interno del relato del lavatorio de los
pies, es una síntesis del evangelio y de su vida. Es un camino que el discípulo
de Jesús está llamado a asumir en la vida y en la misión cotidiana: “Ustedes deben lavarse los pies unos a los
otros”. Lavarse los pies no es opcional, es un imperativo existencial en la
vida del discípulo del Maestro, en la vida del cristiano y de cada uno de
nosotros, con el mismo estilo de Jesús, que nos ha amado hasta el fin.
El
verdadero amor de Jesús se traduce en acciones visibles de servicio y de un
tipo de relaciones que se expresan en un amor concreto.
De verdad
es impactante esta imagen que Jesús nos revela: Dios no es un soberano que reside
en el cielo, sino que se presenta como un siervo de la humanidad, para
enaltecerla al nivel de lo divino, y nos invita a que en cada una de nuestras
acciones de amor y servicio reconocerlo presente.
De este
servicio divino surge para la comunidad de los creyentes aquella libertad que
nace del amor, aquella relación fraterna y renovada de la cruz y de la Pascua
de Jesús que nos convierte a todos nosotros en “señores”, esto es libres,
porque somos siervos. Es como decir que sólo la libertad crea el verdadero
amor.
Siguiendo
la enseñanza de Jesús, el servicio que nosotros, como miembros de la Obra,
hacemos al hombre de hoy, tendrá como propósito el de instaurar una relación
fraterna, en la cual la igualdad y la libertad sean una consecuencia de la
práctica del servicio recíproco, e intente mostrar que cualquier dominio o
intento de posesión sobre el hombre es contrario al actuar de Dios que, en ves,
sirve al hombre para elevarlo a sí, no para rebajarlo.
La
radicalidad del amor y de las relaciones fraternas pueden nacer, crecer y
florecer del evento pascual, de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Hoy, al
inicio del triduo pascual, estamos invitados a abrir nuestro corazón y dejarnos
envolver de este amor con el cual Jesús nos ha amado hasta el fin.
Los recuerdo a todos en mi oración. Ustedes también recen por mí. El
Señor los bendiga. ¡Buena y Santa Pascua a todos!
P. Miguel
Tofful